Datos personales

lunes, 14 de enero de 2008

EL VIAJE 11.El desierto, al fin.

Son océanos de arena.

El primer impacto es bestial.

Dunas gigantes, como las de Gessell, pero mas grandes y muchas y sin fin. La arena es dorada, más dura que en la playa, fantástica.

Nos instalamos, organizamos lo del paseo en camello para mañana al amanecer, que no son camellos sino dromedarios, o sea, unos camellos enanos (altos casi como caballos) con una sola joroba y patas desgarbadas.

Los ruidosos de nuestros compañeritos subieron a estos bichos con la ilusión de una noche en la Jaime (carpas) , con vino y todos los chiches prohibidos. Se fueron, felizmente, los seis y el guía. Ellos, con miedo a congelarse, el guía moviendo hilos por móvil para la jugosa comisión con los camellos truchos. Nosotros, al fin, en paz.

Hicimos un zazen en las dunas y gracias al milagroso atardecer en las montañas de arena, todo volvió a su sitio.

Las pruebas grupales, aunque tormentosas, para llegar a la maravilla del mundo que es un desierto de arena, valieron la pena.

Me comí con los ojos el sol y las dunas, los absorbí para que no se me olviden en gloriosos minutos de largo atardecer.

La consigna de Hassan era: -Apenas se pone el sol, volved porque oscurece muy rápido y os podéis perder. Fue fácil, no caminamos lejos porque sentarse a hacer zazen era prioridad.

Una banda de dromedarios y sus turistas pasaron lejos, pero sus voces retumbaron luego, el zazen dejó lugar a una contemplación extática de las curvas sombreadas de las dunas, ligeras montañas antes del desierto, y el sol (visto con las gafas oscuras) se distinguía c sus bordes precisos descendiendo lento, gigante. Loas naranjas y dorados se entremezclaban en rojizos a medida que se escondía. El último tramo nos despidió en la cresta de la duna, cuando era fuego tras las sombras. Lo saludamos extasiados, sin palabras. La noche fría con miles de estrellas de diferentes colores, nos recibe cuando empiezan a sonar los primeros tambores, a lo lejos.

No hay comentarios: