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viernes, 21 de diciembre de 2007

Spielberg no expresa

Spielberg no expresa

Ya no existían aparatos para esconder su sonrisa burlona, pero él, los seguía encontrando.
El ordenador fue la pantalla perfecta para ocultar sus gestos, reducidos a colores faciales, que sólo en contadas ocasiones transformaron su bronceado en un rojo diferente, avergonzado, ajustado…los colores ascendían como mercurio en termómetro y ese era el signo de que lo que había oído, había llegado a algún sitio.
Rodeada de tantos representantes de parques nacionales, él, no se me podía acercar, apenas hablar o sonreír. Siempre algún guardabosques controlaba movimientos, discursos, y, sobre todo, el nivel de la complicidad irónica, desglosada en la intimidad de una nada… dada por diez segundos…
¿Qué hacía yo en la sala de ordenadores, mientras él, se fanatizaba con un guión que apenas compartía…?
Cada vez, los huecos para estar a su lado, mientras él elaboraba su película, eran más extensos…
Yo tampoco lo miraba mucho, pero hablaba en su idioma, como si no dijera nada, lanzando mensajes inesperados. ..
Una noche, despidiéndome, lo miré a ver si me miraba, y descubrí sus ojos celestes brillando como diamantes, espiándome…
Justo antes de irse, Spielberg, se encontró desarmado, sin pantalla, ni cámara, ni trípode, ni tele, ni vídeo, a la hora de la siesta, en un bosque silencioso lleno de ecos, dispuesto a escuchar atentamente el capítulo sobre Ana…
- “Si pudiste traducir durante un mes, podés traducir esto, seguro…!”-. El relato erótico nunca había sido incluido en mi discurso francófono e intenté explicar, comentar… -“No vas a leer todo el cuento haciendo comentarios!”- Señaló.
Intenté traducir sin comentar y sin pensar en lo que iba a continuar leyendo…como una tarea neutra, profesional…En esos términos todo era posible con Spielberg…Él, siempre extravagante, escondido, …me había empezado a producir curiosidad, como un insecto lleno de avidez que se pasea por mis entrañas dando aire inolvidable al rodeo del arácnido…
Le leía la historia de Ana mientras sus colores subían y bajaban por un rostro despejado…Los dos, en el bosque vacío, como seres normales, sin jerarquías, ni roles sociales, ni controles…Declaró, con tono cinéfilo, que el relato estaba lleno de imágenes y que yo era una chica almodóvar …
Se levantó y nos fuimos, con esa neutralidad francesa que permite cortar y transformar cualquier situación sin dar matices…
Horas más tarde, él, ya se iba…Yo sabía que se iría ese día, pero no me quería acordar…
Apareció en medio de un brindis con champagne, vestido con una camisa negra que le quedaba perfecta…Al darme cuenta que se estaba yendo, inmediatamente me llené de una tristeza que me duró largas horas…Y dejando cualquier tipo de precaución, le pregunté si podía ir a despedirlo hasta su coche…
Cuando terminó la formalidad, emocionante, de saludar a las tantísimas personas con las que, aún sin quererlo, había tenido que convivir durante cuatro semanas, sutilmente, bajamos las escaleras que iban a la piscina. Ahí estaba su batimóvil. Y también, un italiano muy joven, adinerado, medio cocainómano, demasiado encorvado. En un auto último modelo presumía de su modernísima pantalla, explicando el recorrido que llevaría a Spielberg al festival de cine de Venecia.
Él y su vida de soltero, los canales de la ciudad de las máscaras, el descapotable vibrando con música tecno cantada por gemidos de mujeres árabes, las prometidas fiestas en parís donde lo visitaría…y mi pena profunda…
Sin calcular nada, como cada vez que me emociono, lo abracé fuerte y le dije que me entristecía que se fuera….Él me alzó y se emocionó también…
Me aconsejó que me porte bien….y soltando el abrazo lo miré y le dije –“ Si soy una buena chica…no ves que no hago nada…”- Y lo saludé con la mano, aún vestida de kimono, desde lo alto de la escalera.

1 comentario:

lexi dijo...

hey, no entendí muy bien la historia...
igual me encanta que escribas!!!!!!
besos!